Me hice de una máquina de escribir. Hasta conseguí un gato. ¿Por qué carajos no soy capaz de escribir?




‎-¿Y si nos peleamos? -Le escuché decir por el auricular. En mi mente sus labios.

-Nos reconciliamos -respondí.


La generación que sucede a la nuestra no dará crédito a cómo es que terminamos con todo. Por nuestra parte y sin intención de evadir nuestra responsabilidad, diremos que fue un proceso de años el terminar con los recursos. No fue un accidente o una catástrofe repentina. La realidad es que, igual que a nosotros, a nuestros padres y a los padres de nuestros padres tampoco les importó. Aunque sólo es consuelo de tontos.

Quizá no tomaron acciones pues debieron pensar que faltaba mucho tiempo para que ocurriera. Que no les tocaría a ellos explicar a los niños y tenían razón, esto nos tocaría a nosotros.

Recuerdo los días en los que la gente robaba y asesinaba por ambición y no por sobrevivir como ahora. Nuestra condición actual tiene nuestros instintos más primitivos y me doy cuenta que es el comportamiento natural de nuestra especie. La reglas de nuestra sociedad, la civilidad, la etiqueta, todo fue una ilusión que mantuvimos durante algún tiempo antes de que todo se cayera a pedazos.

Ahora no contamos con agua potable, sobra decir que las buenas formas han desaparecido. Los lazos se han reducido, la gente ve por los suyos y con esto me refiero a la familia inmediata, si es que la tienen. Lo sé porque hubo un tiempo en el que tuve por quien ver.

Cuando todo se colapsó formamos grupos con las personas más allegadas a nosotros: familia inmediata, familia política, amigos, vecinos, gente de confianza. A los pocos meses los números se redujeron de forma dramática, primero por los ataques de grupos mejor organizados o al menos mejor armados, después por la escasez. Las personas de confianza dejaron de serlo. Todo se fue a la mierda. Poco a poco la traición se fue enquistando en nuestras vidas. Por mi parte solía confiar. Confié hasta el día en que lo perdí todo, el día en que la perdí a ella.

Después de ese trance decidí aislarme. Temí crear nuevos lazos. Ver por mí resultaba más fácil al menos para mi conciencia. En algún punto perdí la noción del tiempo. No había semanas o meses, sólo día y noche. Un día a la vez. Así pasó mucho tiempo.

Uno de esos días llegué a lo que parecía haber sido una pequeña ciudad. No parecía haber muchos edificios, predominaban las casas o lo que quedaba de ellas. Igual que en los últimos 5 poblados no había señales de vida. Caminé sobre lo que había sido una avenida principal esperando encontrar un centro comercial o un supermercado para hacerme de víveres. El Sol en el asfalto cegaba mi vista, quemaba mi piel. Estaba agotado y a pesar de no encontrar lo que buscaba di con un minisuper sepultado bajo los escombros, de esos que solían operar las 24 horas. No me entusiasmó el hallazgo, ahora que lo pienso tenía tiempo que nada me entusiasmaba.

Permanecía un vehículo que había derribado la entrada al negocio. Me aproximé con cautela temiendo que alguna pandilla pudiera haber simulado ese oasis para atraer u su presa. Algunos se habían organizado para robar, usaban a las mujeres para lo que sus intenciones en el momento convinieran y asesinaban a los hombres. Lo sé porque lo viví y hubiera preferido comprobar esto último.

Debajo de la chamarra portaba un machete y una pistola que desconocía si servía. Me acerqué y llevé mi mano al primero anticipando cualquier sorpresa. Tuve especial precaución de no provocar ruido al caminar sobre los escombros. Subí una pila de rocas y pude ver al interior. Como lo esperaba ya había sido saqueado. De haber llegado primero hubiera hecho lo mismo. No tuve tiempo para frustrarme pues un sonido familiar me provocó un nudo en el estómago. El sonido abocó recuerdos de una época mejor. Una época donde hubo risas, conversaciones hasta la madrugada. Sentí esa ansiedad de correr para tomar la llamada.

Me tomó unos segundos identificar de dónde provenía el sonido. Si era una trampa hubiera sido presa fácil pues olvidé por completo cualquier precaución. Corrí sobre los escombros y tropecé cuando el pequeño cerro de rocas se derrumbó a mi paso. Ignoré los raspones y me incorporé de inmediato aguzando mi oído. El timbre del teléfono insistía desde una ventana en el primer piso de esa construcción. Me invadió una angustia terrible de que pudieran colgar al otro lado de la línea. Usé todo mi peso para vencer la puerta doble. Crucé el pasillo en cuestión de segundos y alcancé las escaleras. Ayudándome del muro subí los escalones de tres en tres, pude escuchar la madera crujir un instante antes de que mi pierna se hundiera hasta la ingle. No pude contener un grito que llenó el lugar. Me ayudé con los brazos para salir, una astilla del tamaño de una estaca se había enterrado en mi pierna. Puse una mano procurando contener la sangre pero mi mente estaba en otra cosa. El teléfono seguía sonando.

En la planta superior había gran cantidad de puertas pero eran tres habitaciones las que daban a la calle. Mi respiración agitada me impedía escuchar con claridad, me detuve un instante y derribé una de las puertas. La luz me cegó, distinguí una cama y tropezando me acerqué a ella. Al lado un buró con una lámpara sin foco y el aparato telefónico. Era uno de esos aparatos viejos que sólo había visto en películas. Tenía un disco para marcar un número tras otro. Mis padres tuvieron uno pero no recuerdo haberlo usado. Casi con violencia interrumpí el timbre.

-¿Hola?
-¡Dios! ¡No es verdad!
-Una voz femenina acarició mi oído-¡Tengo semanas intentando contactar a alguien! ¿Quién es?-El audio no era como lo recordaba, la calidad era pobre pero era mejor que nada.
-Soy...no importa, ¿quién eres tú?
-N...no puedo decirte. Sabes como son las cosas.
-¿Cómo son las cosas? ¡Tú me llamaste a mí! ¿Qué quieres entonces?
-...no estoy segura
-Guardé silencio para que continuara-¿Sabes? No pensé que haría si alguien contestaba. Llamaré después.
-¡No! ¡Espera! -El tono del teléfono me indicó que se había ido.

Mi primer contacto con alguien en mucho tiempo, claro que estaba desconcertado. No sabía si llamaría de nuevo pero temiendo perder la llamada fui al minisuper para buscar cualquier cosa que pudiera servirme en la espera. No tuve mucha suerte. Regresé a la habitación y procure adecuarla para descansar. Estaba inquieto. Miraba constantemente por la ventana y mi mente empezó a jugarme trucos. Consideré que pudiera ser una trampa, de ser así era un ingenuo al permanecer en esa habitación. Me asomé por la ventana pero no detecté nada extraño. Usé una mesa para bloquear la ventana y atrincherarme. Después me cambié a la habitación contigua. No sé cuanto tiempo pasó, pero el sueño me venció. Lo supe cuando me despertó el timbre del teléfono.

Me apresuré a contestar, esta vez por temor a atraer la atención de alguien que pudiera estar cerca más que por perder la llamada. Ella habló primero.

-Hola.
-Hola...¿pensaste que hacer?
-En realidad no.
-¿Puedes decirme con quién estás? ¿Cuántos son?
-Hay mucha gente aquí, pero en realidad no hablo mucho con ellos.
-¿Tienen agua y comida?
-Sí. No nos preocupamos por eso.
-¿Dónde están?-
Ella tardó en romper el silencio.
-...no puedo decirte eso...
-Entiendo que desconfíes pero yo estoy en la misma situación. No sé quien eres, no sé cuantos son. Dime qué propones.
-No lo sé, podríamos simplemente platicar
-Su voz tenía un dejo de tristeza.
-Mira...es muy lindo eso de platicar, pero no puedo permanecer aquí. Es peligroso.
-Dame oportunidad de ver qué puedo hacer. ¿Puedes esperar hasta mañana?
-...supongo.
-Te llamo entonces.
-...
-Ten cuidado, ¿ok?


Quería decirle que necesitaba platicar con ella, que quería verla. Quería estallar en su contra por tenerme a la espera de su decisión o la de los suyos. Mientras todas estas ideas se revolvían en mi mente ella colgó la línea. Me sentí como un animal domesticado a la espera de su ama. Deambulé por algunas horas y regresé a la habitación a esperar su llamada. Recargado contra el muro las gotas de sudor corrían por mi frente y cuello. Estaba débil, la inactividad y el hambre me estaban afectando.

Recibí la llamada al día siguiente pero igual que las anteriores todo fue una charla agradable y evasivas para un encuentro. Es por lo primero que permití esa mecánica los siguientes días. Aunque siempre mantuvo cierta distancia -nunca me dijo su nombre o habló de su pasado- llegamos a intimar. Le conté cómo sobreviví, le conté sobre el día en que perdí a mi pareja y en consecuencia me aparté del mundo. Ella intentaba impulsarme, devolverme la fe, hacerme creer de nuevo y, aunque sus palabras tenían sentido, las reservas que tenía para hablarme de ella hacía que sonaran huecas. Fueron días extraños, en esas conversaciones tuve que replantear algunas ideas, me sentía bien. Sin embargo todo es finito, especialmente los recursos. No podría permanecer un día más en ese sitio.

-Debo irme. Mañana ya no estaré aquí.
-Lo sé, sabía que sucedería tarde o temprano.
-Entonces ¿es todo?
-...no lo sé. Por ahora, supongo.
-Si me dieras un número telefónico yo podría llamar si encontrara otro teléfono.
-No te preocupes por eso. Yo veré como contactarte
-Sus palabras me provocaron un nudo en el estómago.
-¿De qué estás hablando? ¿Quiénes son ustedes? ¿Cuál es tu nombre? -El silencio anunciaba locura.
-No fue tu culpa amor. Sé que hiciste todo lo que pudiste para protegerme.

Mi mundo se volvió de cabeza, sentí vértigo y un vacío en mi estómago que se extendió a mis pulmones, tuve dificultades para respirar y mis ojos se humedecieron. Intenté decir algo pero no conseguí articular palabra.

-No puedes hacerte esto. No fue tu culpa -Seguí el cable del teléfono por debajo de la cama hasta el muro, lo encontré desconectado.
-...c...creo que perdí la razón. ¿Eres real?
-Sabes que no.


Al intentar hablar rompí en llanto. Comencé a balbucear algo que pretendía ser una disculpa y palabras desesperadas de un amor que no me cabía en el pecho. Lloré, lloré lo que no pude llorar en años. Lloré hasta que se me hincharon los ojos, se terminaron las lágrimas y luego lloré algo más. Sosteniendo el auricular le repetí que la amaba una y otra vez.

Me abandoné en la cama y vi a la Luna salir para luego trazar un arco. Vi el cielo cambiar a tonalidades naranjas para luego volverse azul. Cansado de estar tendido me puse en pie dispuesto a seguir mi camino. Me detuve antes de dejar esa habitación por última vez y miré al buró. Volví sobre mis pasos, tomé el aparato telefónico y lo introduje en mi mochila antes de partir.

He olvidado de manera paulatina esa sensación que me producía la llegada de la Navidad cuando niño. Tengo una vaga idea de lo que era y lo mucho que significaba para mi, pero año tras año se ha ido diluyendo hasta practicamente desaparecer.

Toda la víspera era mágica. La anticipaba desde el mes de Agosto y no cabía mi emoción cuando las calles y las tiendas se empezaban a llenar de motivos navideños. Esperaba con ansia los regalos de mis padres, tíos y por supuesto, los más especiales, de Santa. No menos importante era la cena en la que disfrutaba ver a la familia. Mi abuela y mis tíos nos colmaban de regalos año tras año. Solíamos pasar esa noche jugando (los primeros años con juguetes, al poco tiempo con videojuegos) hasta casi el amanecer. El saber que al despertar encontraría los regalos bajo el árbol era lo único que me hacía querer ir a casa. Recuerdo que no podía dormir pensando en lo que encontraría, contaba los minutos y las horas y simplemente la ansiedad no me permitía dormir. Cómo cambiarían las cosas.

Llegó el día en que los compañeros comenzaron a hablar. Que si uno había encontrado los regalos escondidos. Que si otro sorprendió a su madre acomodando los juguetes y, para no extender esta entrada, la ilusión se terminó y comencé a envejecer.

A pesar de la nueva información seguía esperando la Nochebuena. Quizá no en Agosto como el año anterior, digamos Octubre, y aunque seguía entusiasmado por los regalos y la convivencia con mis primos algo cambió. Cuando al fin llego el día cené con la familia, disfruté una noche de juegos de video con mis primos y me fui a casa para que los regalos amanecieran bajo el árbol. Esa noche, por primera vez en Navidad, pude dormir sin dificultades.

Así sucedió año tras año. De forma paulatina fui envejeciendo. Envejecí cuando comencé a pensar en las fiestas navideñas hasta que las tiendas eran retacadas con dichos motivos. Al año siguiente ni siquiera esto me haría pensar en Navidad. Envejecí cuando llegó el año en que hasta el mismo 24 de Diciembre me daría cuenta que por la noche estaba el compromiso de cenar con la familia. Así continua siendo hasta ahora.

Cualquiera pensaría que, a pesar de la ausencia de ilusión y esa magia única que se tiene cuando niño, al menos podría disfrutar la cena y la convivencia con la famlia. Diversas circunstancias han hecho que esto no sea posible, pero ese no es el motivo de esta entrada.

Me permito esta extensa introducción para tratar otra situación similar. Y es similar pues trata sobre perder la ilusión y envejecer.

Así como perdí el esperar la Navidad desde Agosto, el escribir la carta, la alegría de ver a mis primos o el no poder conciliar el sueño en la Nochebuena, también olvidé a querer. Olvidé cómo se cuentan las horas del día esperando llamar y escuchar su voz, olvidé las mariposas en el estómago al verla, el quedarse sin aliento o sentirse aturdido después de un beso.

Como la Navidad, esas extrañas sensaciones se fueron diluyendo con el paso del tiempo. No sé si fue cuando envejecí o envejecí debido a esto. Siempre busqué hacer funcionar la relación, pero a pesar de ser un entusiasta en algún punto dejé de creer. Podía más mi egoísmo. Llegué a pensar que el querer de esa forma era algo propio de la adolescencia, así como el creer en Santa Claus es algo propio de la infancia. Me dijeron que no tenía por qué preocuparme, que llegaría, pero sonaba tan hueco. Sin ir más lejos, basta decir que me hice a la idea de estar sólo. Y entonces tú.

¿Desde cuándo se empezó a tejer esto? ¿desde cuándo comenzó a conspirar el Universo para que nuestros caminos se tocaran? Me rebasa pensar en ello, pero de manera repentina traes de vuelta esas sensaciones y sentimientos a los que había renunciado. La ilusión en una canción, o muchas. La magia a través de tus ojos, sentirla en tus dedos. Saberte cerca cuando estás lejos pero sin dejar de extrañarte. Traes de vuelta cosas que había olvidado y otras de las que no me sabía capaz, cosas que solo serían posibles contigo amor.

Y ahora, despúés de ti, me pregunto si debería dar a Santa una segunda oportunidad.


Por hacerme creer, por devolver la ilusión...


Para ti V.


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