Poderosa fuerza es la mujer. Pero sólo aquella que lo sabe.




La calle Pilares solía ser una de las más tranquilas de la colonia Del Valle, es una calle amplia pero su entorno cambió. La zona se pobló de escuelas privadas, poco después las casas fueron sustituidas por edificios y estos a su vez fueron derrumbados para dar paso a edificios más altos. Dónde antes habitaba una familia ahora lo hacen 10 (o 30, ¿quién sabe?). Aunque no hay mucho que decir en lo relativo al crecimiento poblacional es un tema aparte la concesión de permisos de construcción por parte de las autoridades locales, sin embargo no es el motivo de esta entrada, pretendo abordar un tema mucho más grande.

Le pido al lector que, haciendo un ejercicio y poniéndose en el lugar de los habitantes de dicha zona, tenga en consideración las características de la calle y la forma en que la vida diaria se transformó en un breve lapso de tiempo. Tránsito, ruido, problemas para estacionarse e inseguridad, desde robo de autopartes hasta asaltos se convirtieron en elementos de su día a día. A esta cotidianeidad tenemos que agregar la de una ciudad que se mantiene en construcción, cuando no son edificios son vialidades, segundos pisos, supervías, mobiliario urbano, señalizaciones, encarpetamientos, etc. No hay ruta alternativa que se salve, a donde vaya o a donde sea desviado encontrará obras de mantenimiento. Es una ciudad en obra permanente.

Es en este contexto que las autoridades de la noche a la mañana (literalmente) "agregaron" un carril para circular en dicha calle. No construyeron un carril adicional, lo que hicieron fue poner discos para prohibir estacionarse. Sin importar si vives ahí, en una calle normal que no es avenida, ya no te será posible estacionarte frente a tu propio domicilio, y yo no entiendo.
Además de no considerar a las personas que habitan esa calle, dicha medida fue acompañada por un fuerte operativo de grúas las cuales retiraron los automóviles uno tras otro. Desde la ventana pude ver la forma en la que desfilaban aprovechando el descuido de los vecinos y los incautos que tienen años estacionándose en ese sitio. Se despacharon a gusto. ¿Mencioné que son negocio familiar del Jefe de Gobierno del Distrito Federal?

Derivado de esto circuló un volante para hacer una junta vecinal en el parque Arboledas. Al hablar de una junta vecinal no me refiero a las personas que habitan un edificio o una cuadra, me refiero a toda persona que viva entre Avenida de los Insurgentes y Avenida Cuauhtémoc, hablamos de una distancia de casi 2 kilómetros donde en su mayoría hay edificios. Buscando un horario conveniente se convocó el domingo a las 10 de la mañana para así poder manifestarse, evidenciar nuestra molestia y organizarnos en las medidas a tomar para evitar este atropello por parte de las autoridades. Asistimos 10 personas, y yo no entiendo.

¿Qué es lo que el mexicano lleva en la sangre que le hace tolerar estas cosas? Primero pensé que pudiera ser la falta de interés, que no le importa. Eso nos daría algo de luz pues el día en que la situación sea insostenible y en verdad se interese por algún tema tomará medidas al respecto. Lamentablemente no es el caso. El mexicano puede estar en esa situación límite y mantenerse ahí de manera permanente.

Hemos sido testigos de toda clase de abusos y atropellos. Como aquel impuesto "temporal" a la tenencia del automóvil para llevar a cabo las olimpiadas de 1968, impuesto que persiste 42 años después. Sin duda las olimpiadas más caras de la historia. El desaparecer dicho impuesto ha sido una promesa de campaña en más de una ocasión y el mexicano lo sigue pagando.

Hemos visto también tráfico de influencias, políticos que pagan sus vacaciones y lujos con dinero público, funcionarios robando capturados en video (sólo en video), un gobernador que gana la lotería no una sino en dos ocasiones, ediles asesinos prófugos, magnicidios, fugas masivas de penales, ejecuciones en centros de rehabilitación, sicarios presos que dejan los reclusorios por las noches para cometer sus asesinatos con el consentimiento y cobijo de las autoridades y podemos continuar con la lista. Todos impunes, no importa que tan terrible sea, a cada hecho le sigue un nuevo abuso o escándalo que sepulta al anterior, y nunca pasa nada.

Tenemos una clase dorada que vive en un país diferente al del común de la gente, una clase política que ha perdido contacto con la realidad del país y sus gobernados. Ellos no entienden de inseguridad, de pobreza, de hambre, sangre y miedo. Ellos no utilizan el transporte colectivo, se trasladan en autos blindados. No caminan las calles, no lo hacen durante el día, mucho menos en la noche. Sus hijos estudian en el extranjero y no saben de las carencias de la educación pública de su país, si es que tienen sentido de pertenencia. No saben lo que es acudir al seguro social para la salud de los suyos, que les nieguen la atención, que los tengan 12 horas en una sala de espera para atender una urgencia. Y todo esto con un sistema de justicia que “funciona” para quien lo puede pagar. En México no hay culpables, solo personas pobres.

Según la encuesta Gallup, publicada en el portal de Forbes el 14 de Junio de 2010, México está entre los primeros 20 países más felices del mundo. La encuesta fue realizada entre 2005 y 2009 e incluye 155 países. Dicha encuesta se basa en el nivel de satisfacción con el entorno: un trabajo decente, servicios médicos, buenas escuelas, entorno libre de crimen y violencia, gobierno estable, poca corrupción y una percepción general de bienestar, y no lo entiendo. Lugar 18 de 155, ¡vaya! ¿Cómo es esto posible?
Es claro que la encuesta es sobre percepción, nuestra calidad de vida dista mucho de ese “bienestar” o alegría que refleja dicha encuesta. El hecho de que figuremos en una posición tan privilegiada en dicha encuesta pudiera encontrar razón en el carácter amigable y alegre del mexicano. Se ríe de la muerte y la desgracia, incluida la propia. Lamentablemente en este caso no es factible aplicar la máxima “percepción es realidad”.

Tenemos nuestras raíces en pueblos guerreros que fueron sometidos culturalmente. ¿Es tan profunda la herida que llevamos el yugo impreso en nuestro ADN? ¿Será ese mismo carácter alegre lo que nos hunde? ¿Qué nos hace soportar de manera estoica los incontables atropellos?

Nuestra tolerancia y desinterés vestidos de tragedia ya han alcanzado a la niñez, ejemplo de esto son los casos de la discoteca New’s Divine donde en un operativo fallido perdieron la vida 12 jóvenes, el incendio de la guardería ABC con saldo de 49 niños muertos y 76 lesionados y, aunque pudiera considerarse un hecho aislado, el caso de la niña Paulette en el Estado de México exhibió la caricatura y el circo que es nuestro sistema de justicia (sugiero de manera enérgica consultar fuentes NO oficiales para formar su opinión). ¿Y si para variar en estos y otros casos dejamos de reír de nuestra tragedia y tomamos acción?

Le pregunté a uno de los vecinos el por qué no asistió a la convocatoria. "Es que era muy temprano", respondió. Si no somos capaces de actuar en lo más pequeño e inmediato no podemos esperar algo distinto para un compromiso mayor. Seguimos y seguiremos soportándolo todo.

“Un pueblo no debe temer a su gobierno, es el gobierno quien debe temer al pueblo” quizá uno de estos días.

Y ahora entiendo, y no me gusta. Y con los ejemplos antes mencionados y otros tantos que no cito para no agotar al lector, dos palabras se graban con fuego en mi mente:

"No estacionarse".


Por si les quedó tiempo:

Los medios, Twitter y de nuestra gran responsabilidad recién adquirida

Náufragos


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"Será mejor hacerlo por escrito. Tú sabes, las palabras se las lleva el viento." Dijo mientras sacaba el bolígrafo.

El viento les miraba divertido. Como si el ponerlas en papel representara un impedimento para él.

Miss Narco (Spanish Edition)Miss Narco por Javier Valdez Cardenas

Mi calificación: 3 de 5 estrellas

Seductoras seducidas, Sin deberla pero siempre temiéndola, Cosas de familia, Heroinas, las Reinas y Narcobelleza, son las categorías en las que Valdez clasifica las historias contenidas en "Miss Narco". Resulta interesante descubrir protagonistas que tocan dos o más de estas categorías.

Evitando juicios de valor, se puede decir que casi todas las mujeres incluídas en las historias son heroínas. Tienen en común, en mayor o menor grado, el ser víctimas de las circunstancias. Su situación es resultado de una sociedad y un sistema en el que el narcotráfico se ha enquistado convirtiéndose en un mal necesario, un poderoso motor para el México actual. Algunas de estas historias utilizan a la protagonista como pretexto para ahondar en un escenario mayor, cubriendo la parte social, política o económica del México rojo.

El autor profundiza en casos de los que recibimos sólo una vaga nota por parte de los medios tradicionales, son casos que merecían una mayor cobertura y se agradece el trabajo de investigación. Encontré mujeres extraídas del anonimato de las que poco o nada pude haber imaginado, así como caras familiares a las que pude conocer y comprender un poco más.

Tragedia, esperanza, desesperanza, resignación, ambición y coraje son elementos para las historias contenidas en este libro, en algún tiempo pudieron haber sido material para alguna obra de ficción, hoy se han vuelto parte del paisaje.

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Después del intenso calor llegó casi de manera inmediata y sin aviso la temporada de lluvias. No recuerdo alguna otra ocasión en la que lloviera de manera tan intensa como este año. Con excepción de algunas horas durante la mañana llovía prácticamente todo el día y toda la noche.

Esa tarde salí de la oficina apurado para alcanzar a un amigo que me daría aventón a la casa. De lo contrario me esperaba un sauna en el Metrobús y 20 minutos de caminar bajo la lluvia brincando charcos que pretendían ser lagunas, si bien resultaba incómodo al menos bajaría de peso. Caminé a paso veloz sorteando a personas más precavidas que yo que, anticipando la situación, cargaban consigo un paraguas. Con o sin lluvia resultaba un fastidio cruzar la Zona Rosa de la Ciudad de México debido a la conglomeración de almas nacionales y extranjeras que daban a la metrópolis su carácter cosmopolita.

Después de sobrevivir a la zona de mayor afluencia, al cruzar Florencia, caminar por las calles resultaba algo un poco más normal, se podía caminar por la banqueta sin tener que abrirse paso entre la gente. A pesar de ser una zona poblada de bancos, dependencias gubernamentales y oficinas empresariales; en la calle de Hamburgo se puede encontrar una que otra casa aislada así como fondas o locales particulares, sin embargo mi pensamiento estaba más en mis calcetas mojadas que en mi alrededor.

Fue en el portal de una de estas casas donde una visión me provocó un nudo en el estómago. Estuve a punto de tropezar con él, me tomó un par de segundos entender ese bulto que tenía a mis pies. Un hombre sentado en el peldaño de una casa de espaldas a mí, encogido, metido entre sus rodillas refugiándose de la lluvia. Su cabello parecía estar hecho por trenzas de mugre de un metro de largo, cubría por completo su rostro, ese negro terroso se confundía con la chamarra la cual estaba en condiciones similares a sus rastas. No pude apreciar su complexión o algún otro detalle debido a la posición en la que estaba, pareciera que intentaba ocultarse cual si fuera el niño que cree que cerrando los ojos se vuelve invisible al mundo.

Reaccioné de la forma en que lo hace el común de la gente, me seguí de largo. Sin embargo al pasarlo volteé, seguía en la misma posición. ¿Qué esperaba? ¿Que se pusiera de pie y fuera detrás de mí? Algo en ese cuadro me hizo detener, apareció en mi ese lado que por algún tiempo intenté sepultar, el del artista. Deseé tener una cámara en mis manos. Sin darme cuenta me detuve a tres metros de él, dudé un instante en hacerlo, pero antes de que pudiera recapacitarlo saqué mi teléfono móvil. Si no contaba con una cámara al menos me llevaría una imagen en baja resolución, quería compartir esa visión con el mundo.

Me acerqué buscando el mejor ángulo para la fotografía, tendría que ser a corta distancia debido a las características tan básicas de la cámara integrada al teléfono. Caminé con pasos sigilosos, con la precaución de quien pretende sorprender a una presa para capturarla, después de todo el ejercicio de la fotografía es algo parecido, es capturar a alguien o algo en un instante, en el instante preciso. Sentí la adrenalina correr por mis venas al pensar que el sujeto pudiera estar drogado. Me apoyé detrás de una maceta buscando soporte para mantener fija la cámara.

Mientras buscaba la composición idónea para la toma un niño de no más de 12 años apareció a cuadro, miré por encima del teléfono esperando que se retirara. El niño no se apartó, buscó como sortear al vagabundo y tocó la puerta en tres ocasiones con toda la fuerza que pudiera haber en él. Al hacerlo, cual si fuera un Golem de piedra, el hombre se incorporó. Ignorando al niño giró sobre su eje y caminó hacia mí, todo sucedió en un segundo. Debía medir al menos 20 centímetros más de que yo. Me quede paralizado, apenas di un vistazo al niño y a su madre quien le daba alcance temiendo algún peligro por parte del hombre. El vagabundo me pasó de largo dejando una estela de olor con la que bien pude haberlo localizado dándole tres cuadras de ventaja. La madre del niño me sorprendió con el móvil en la mano, mirándome con mayor repulsión que al sujeto que acababa de abandonar el portal. Yo solo pensaba en mi fotografía.

Tuve el impulso de estrellar al niño contra el portal, patearlo en repetidas ocasiones en el suelo y hacer lo propio con su madre. Intercambié miradas con ella, por la forma en que me vio supongo que algo intuyó en mi mirada. Di la vuelta y continué mi camino bajo la lluvia maldiciendo a ese par, aquel que apareció en el instante preciso arruinándolo todo.

Otras entradas:

Costras de mugre
Tarde de lunes
Temporada de lluvias


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