De inicio pensé que resultaba un fastidio que mi cumpleaños cayera en miércoles, reconsideré al darme cuenta que daba lo mismo que fuera en fin de semana. Terminaría por no hacer nada. Es así que ese día pintaba como cualquier otro. Que equivocado estaba.
Mi rutina fue la de cada mañana. El despertador intentó cumplir su función pero lo detuve para que se activara 10 minutos después. Tenía tres gatos encima, me moví un poco y ellos, más concientes que yo de la hora, abandonaron la cama. Dos de ellos reclamaban por comida bajo el marco de la puerta mientras mi fiel gata rusa me acompañó a la regadera.
Como en un trance me demoré disfrutando el agua tibia. Algunas ideas cruzaron mi mente pero todas escurrieron por el drenaje. Elegí una de mis camisas favoritas, dí de comer a los gatos, limpié su arena y salí.
Al llegar al Metrobús me sorprendió encontrar la estación casi vacía, algo prácticamente imposible en la Ciudad de México. En la sobrepoblada capital del país y en horario de entrada de oficina esto resulta un escenario postapocalíptico. Un policía montaba guardia, dos personas hacían fila para depositar crédito en sus tarjetas de viaje y otras tantas aguardaban el siguiente transporte. Por si fuera poco, al llegar la unidad se encontraba casi vacía. Fue tal mi desconcierto que dudé en entrar, en una fracción de segundo pensé en un posible atentado y mi mente realizó operaciones imposibles intentando hallar una explicación. La alarma anunciando el cierre de puertas me devolvió a la realidad, entonces abordé.
Mi problema suele ser encontrar un asiento para poder leer en el trayecto al trabajo. Por lo general termino leyendo de pie siempre y cuando mi espacio vital no se vea invadido por la multitud. Ese día mi problema fue elegir alguno de los lugares vacíos. Elegí uno en donde el Sol no pegará de lleno, casi hasta atrás. Contento con mi suerte al encontrar un lugar tomé el libro
"Descansa en paz" y dispuesto a continuar la lectura durante los siguientes 45 minutos busqué la página 79.
-¿Me permites? -Una voz interrumpió. No pude disimular un gesto de desagrado teniendo en consideración que, entre tantos lugares vacíos, aquel sujeto tenía que elegir precisamente el que estaba a mi lado.
Sin decir palabra me puse en pie y llevé el libro a mi pecho para permitirle el paso. Me devolví a la lectura molesto por el nuevo vecino. Soy perfectamente capaz de viajar en el metro en hora pico cuando hasta respirar implica un esfuerzo debido a la aglomeración de personas, pero en un escenario como el de ese día resultaba molesta la cercanía.
Lo intenté pero no podía concentrarme. De reojo lo percibí inclinándose de forma discreta para asomarse a las páginas del libro. La felicidad que sentí al encontrar la ciudad despejada desaparecía a causa de una sola persona. Era la segunda intrusión de aquel extraño, no estaba dispuesto a que hubiera una tercera. Giré para encarar al sujeto pero, rompiendo mi esquema, se adelantó y habló primero.
-¿Cómo estás? -dijo con una ligera sonrisa. Su voz era calma y profunda.
-¿Te conozco? -contesté a la defensiva, en automático y por instinto.
Al responder le miré a los ojos, titubeé al encontrar un gran parecido entre aquel hombre y mi padre. Tenía el cabello cano, rizado, aunque tenía unas discretas entradas su cabellera resultaba abundante para un hombre mayor. Las cuencas de sus ojos, igual que su mirada, eran profundas, marcadas y oscuras. Las ojeras no sólo delataban su edad sino una vida llena de desvelos. Las arrugas en su rostro mostraban a un hombre parco al que no era fácil arrancarle una sonrisa, sin embargo ahí estaba, sonriendo.
-Yo te conozco a ti, al menos eso creo. Dudo que tú me conozcas dado que todavía no sucedo.Sonrió divertido por mi reacción. Balbuceé algo que pretendía ser una pregunta pero fui interrumpido por la puerta doble cuando se abrió violentamente al llegar a la siguiente estación.
"Descansa en paz" permanecía abierto sobre ambas manos aunque era evidente que, de momento, suspendería mi lectura.