Aunque muchos sabíamos de la existencia del espectáculo el faquir llega de imprevisto. La mayoría nos percatamos de su presencia al momento en que pasa frente a nosotros. De complexión delgada, pantalón negro de tela, torso desnudo y descalzo. Luce desnutrido, la piel poco hace por disimular los huesos que se adivinan casi en su totalidad. Clavículas, omóplatos, costillas, pudiera cumplir el mismo propósito que tiene un esqueleto para la clase de Anatomía.

Se asegura que todos lo miremos. Su cuerpo está lacerado, en especial el antebrazo y la espalda. Tiene huellas de heridas recientes y conserva cicatrices de antaño.

Arrogante, arroja la camisa al suelo con desprecio. El inconfundible sonido que produce al caer nos indica lo que hay dentro. Es frágil pero eso no le importa, para su número no necesita tener cuidado con los cristales. Al extender la camisa descubrimos los vidrios rotos, en gran variedad de formas, colores y grosores. Inicia lo que parece un ritual y se arrodilla frente a la camisa, las costillas delatan su respiración. De manera repentina levanta el puño y golpea justo enmedio de los cristales. Eleva su puño por segunda vez, tiene cristales incrustrados, ahora golpea con el codo y el antebrazo. En cada nuevo golpe con el antebrazo parece aumentar su coraje, lo repite cinco veces más.

No grita, no se queja. Si le produce dolor no nos lo permite saber. Busca regular su respiración, recupera la calma y lleva las dos palmas al suelo como si fuera a ejercitar, desciende una y otra vez aplastando los vidrios con su pecho. Se gira para repetir la acción, esta vez con la espalda. Entonces caigo en cuenta de la gravedad de las heridas en su antebrazo. Hay sangre fresca sobre la sangre seca. Es evidente que ha realizado el número varias veces durante el día.

Al concluir se pone en pie y camina entre nosotros buscando la aprobación de su improvisada audiencia. Veo pequeños cristales enterrados en su cuerpo. No hay aplausos. No hay admiración. Miro a los demás y descubro reacciones de desagrado. Su cercanía nos perturba. Lo despreciamos. Nos incomoda. Lo sé porque lo puedo ver en la expresion de los demás. Lo sé porque es lo que me provoca.

Resignado dobla la camisa con los vidrios dentro, la toma en sus manos y se pasea delante nuestro por última vez antes de probar su suerte con otra audiencia. Entonces corre abriéndose paso entre la gente. Se retira con prisa, apenas con el tiempo justo para entrar en el vagón contiguo antes de que lo deje el Metro.




Comments (3)

Isela dijo...

JA! También pensé en eso de la clase de Anatomía. Mientras leía, lo iba ligando con algo que acabo de leer... http://lafelicidad-wig.blogspot.com/2011/04/si-te-sientes-mal-pensaras-mal.html A veces, nos encanta hacerla de faquir en la vida :P Muy bueno y también me recordó a muchas otras cosas que pasan en el metro. Gracias.

Anónimo dijo...

Mi hermano Vincent, no se si te ha tocado en algún momento de tu vida encontrarte con alguien que se tira a propósito al suelo para que tú lo levantes.

Buen post mi hermano, pero lo más me gustó fue tu narrativa: yo vi al faquir sin necedidad de ver las fotografías.

Gracias un abrazo.

Gato Pícaro dijo...

Reflexionando... así me has dejado.

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