No fue sino hasta meses después de conocerla que me di cuenta del interés que tenía en ella. Tenía un aspecto ejecutivo pero algo no encajaba, parecía de antaño, lentes cuadrados, pantalón holgado, saco y chaleco por lo general oscuros, bajo el chaleco solía asomar una camisa blanca, se veía femenina a pesar de su gusto por la ropa.

Su voz era melodiosa e iba acorde a toda ella. Su mirada y sonrisa conservaban esa inocencia que hacía muchos años no encontraba en alguien. Se las arreglaba para conservar su frescura, aún tratando temas ríspidos ella nunca perdía la sonrisa. Sus manos reflejaban la delicadeza de todo su cuerpo, tenía dedos propios de una artista y se movían con tal gracia que me daba la impresión que tenía plena consciencia del movimiento de cada uno de ellos. Su figura distaba de ser exuberante y la ropa que usaba sólo sugería sus senos, yo iba un poco más lejos, los imaginaba y me gustaba lo que imaginaba.

No me cansaba de verla, en más de una junta pretendí escuchar con atención el tema central mientras de manera furtiva la miraba de vez en vez. En un cuaderno de notas dibujaba las distintas posiciones que adoptaban sus manos, con solo verlas sabía que era una dama. Quizá el saber esto fue lo que me llevó a profanarla.

Aquella noche me sentí avergonzado de quitarle la ropa, sentí que no era correcto, que no debía, aunque intentaba ignorarlo en el fondo sabía que efectivamente así era. Empecé por el saco y no pude detenerme, mientras desabotonaba su camisa la comí a besos, sus labios carnosos sabían mejor de lo que en meses anteriores solo podía imaginar. Me dio la impresión de que tenía las mismas dudas y miedos que yo, más tarde pude sentir en ella la misma desesperación y ansiedad que provocaba en mí.

No fue sino hasta que descubrí sus pechos que pude confirmar la palidez de su piel, me tomé el tiempo para admirarla y con paciencia alcanzar con el dedo índice cada lunar y cada marca que descubrí en ella. Dibujé las constelaciones sobre sus senos. No menos interesante fue descubrir sus pezones que reaccionaron a mi tacto. Ella miraba curiosa, se dejaba hacer.

Sus manos, que ya anticipaba delicadas, lo fueron aún más cuando tocaron mi pecho, hicieron una escala en mi cuello para luego alcanzar mi nuca, sus dedos jugaban y se enredaban en mi cabello. La tomé por la cintura y la levanté poniéndola sobre mi, su mirada tenía un brillo especial, ancló sus ojos a los míos y terminó de atraparme. Levantó un poco su cadera, deje de sentir sus nalgas un instante pero no podía dejar de mirar sus ojos, solo pude intuir la caída de sus senos al inclinarse para besarme. Llevó una de sus manos entre mis piernas mientras alternaba un poco sus movimientos para acomodarse. La calidez de sus labios sobre los míos y su humedad me tenían en un trance, se separó arrancándome un suspiro, casi de manera simultánea pude ver en su rostro ese gesto inequívoco, me llevó al cielo cuando la vi cerrar sus ojos y sus labios se entreabrieron para emitir un sonido que nunca escuché, pero pude sentir.

"Entonces les enviamos la propuesta". La atención de todos estaba sobre mí. "Sí, háganla llegar y la revisamos", respondí tranquilo y sin estar seguro de lo que hablaban.

Me sonrió con complicidad, pasé el resto de la junta distraído, pegando miradas furtivas de vez en vez, dibujando en un cuaderno de notas trazos que no pretendían sino hacerme recordar su delicada figura, aun cuando solo fuera la posición que adoptaban sus dedos.

Nos pusimos de pie para dar por terminada la junta y despedirlos, cuando llegó su turno conmigo no disimuló la sonrisa. "Si tienes alguna duda o necesitas algo me llamas" dijo a la vez que extendió su mano, lo hizo con tal delicadeza que apenas la sostuve y no me atreví a apretar. Al estrechar su mano confirmé lo que ya de antemano sabía. Tenía porte y prudencia. Lo que desconcía era esa llama que antes solo podía imaginar.

Independiente a los proyectos en curso agendaríamos otras reuniones, esta vez sin goce de sueldo.


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Su fisonomía era agria, sus vivencias con las mujeres, la traición y el desencanto de algunas amistades habían endurecido su rostro. Era difícil verle sonreír.

Las celebraciones del día de muertos lo habían puesto de un humor especial, desde su balcón miraba a la calle casi desierta, aunque se escuchaba el ruido de los vecinos que apenas comenzaban la fiesta. Esa noche se dedicó a ver películas de terror hasta quedarse dormido en el sillón. Despertó a las 4 am y en la televisión ya repetían la película que veía horas antes. Se levantó en automático, casi sin darse cuenta, aún entre sueños apagó la televisión y la lámpara de sala, en completa oscuridad se dirigió a su habitación, se quitó los lentes y no supo más de si.

El día siguiente transcurrió como la mayoría de los sábados, realizando tareas durante la mañana desde muy temprano y encerrándose en la tarde buscando cualquier actividad que lo distrajera de su soledad. En el mejor caso conseguía hacerlo con algún partido o con alguna película "dominguera" -como llamaba a las películas que no tenían mayor pretensión que la de hacerle pasar dos horas de su vida- pero en el peor su pensamiento le jugaba malas pasadas. En ocasiones encontraba algún motivo que lo hiciera profundizar en la situación que vivía desde hacía años. El reciente descubrimiento de las redes sociales no le ayudaba, mientras más gente le rodeaba más solo se sentía. A cada nueva relación una nueva decepción.

Encendió su computadora y pudo ver lo bien que la habían pasado gran parte de sus conocidos, como en una conspiración habían subido las fotografías, se aseguraron de mostrar sus disfraces y enseñarle cuánto habían tomado mientras a él lo vencía el sueño en el sillón de su sala.

"Que poca madre" pensó al ver las fotos de uno de ellos que el día anterior le había contestado con una negativa cuándo le preguntó si tenía algún plan para la noche.

Dejando la computadora encendida salió a su balcón para despejarse, descubrió entonces una de las lunas más hermosas que había visto, era un círculo perfecto y no había una sola nube que le impidiera admirarla, esa noche se encontraba más cerca de lo que solía estar, estiró su mano como para alcanzarla.

Su mente empezó a divagar, ¿que sucedería si repentinamente falleciera?, pensaba si le ocurriría el fenómeno Selena o Colosio. ¿Que sucedería? ¿quiénes asistirían a su funeral? Empezó a jugar con esta idea de distintas formas, mentalmente hizo una lista de las personas que creía estarían ahí, luego de las que no, e insatisfecho se dio a la tarea de discriminar a las personas que estarían pero no deberían, y de las que no estarían pero desearía que estuvieran ahí. Pensó en que al morir le gustaría ser velado en su casa, no quería hipocresías de un montón de gente en Gayosso sin saber siquiera quién había sido, a que temía o a quien amaba. Sintió pena por sus seres queridos a quienes lastimaría con su partida. Regresó a la computadora y como en automático actualizo las páginas para ver si alguien había dejado algún comentario o si había tenido respuesta en el chat dónde minutos antes había dejado un saludo a todos y a ninguno. En ninguno de los dos había respuesta.

Estaba cansado de vivir sujeto a una promesa, cansado de escuchar que la esperanza muere al último, no, la esperanza se muere antes que la vida misma. La idea de quitarse la vida coqueteaba con él cada vez con mayor fuerza.

El reproductor de música tocó de manera aleatoria "A whiter shade of pale" con Annie Lennox. La voz de Lennox le provocó un profundo deseo de mirar nuevamente la luna, subió el volumen a máxima potencia para que se escuchara afuera y que así la música lo acompañara en ese momento, la hizo parte del soundtrack de su vida. Salió al balcón y se dedicó a admirarla, se tomó varios minutos para hacerlo, para disfrutar del fresco de esa fría noche de Noviembre. La melodía y la luna hacían una pareja perfecta. No pensó en otra cosa hasta que se escucharon los últimos acordes de la canción. Seguía sin estar seguro, pero estaba agotado de considerarlo, no tenía energías para profundizar en lo que haría. Pensó que sería una forma de dar una lección a los que lo habían lastimado, -"que se chinguen"- pensó mientras asomaba para comprobar la altura.

Su fisonomía era agria, sus vivencias con las mujeres, la traición y el desencanto de algunas amistades habían endurecido su rostro, pero el pensar en lo que sucedería, si al tiempo descubría a quién o quienes le importaba, quién o quienes le procurarían cuando no estuviera, la sola idea le dejó una sonrisa perpetua. Después de todo siempre podría visitarlos cada 2 de Noviembre.


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