Trabajo en progreso.
La música del televisor la despertó. Se encontraba en ese peculiar estado de vigilia en donde los sentidos no despiertan del todo y es difícil distinguir lo real de lo onírico. Esa noche, igual que otras tantas, se sentó en el sofá de la sala para despejarse de las actividades diarias. A los pocos minutos el cansancio y el sueño terminaron por vencerla. Despertó al terminar la película, justo al descender los créditos. Por la hora a la que comenzó calculó que serían las dos de la mañana.
Andrea permaneció recostada para ubicarse, a la película le sucedieron infomerciales. Se sentó para flexionar los brazos sobre la cabeza, miró al balcón y por la copa de los árboles percibió un viento moderado. Apoyó la cabeza sobre el hombro, bostezó y la mantuvo así un instante. Se puso en pie y con pies descalzos se acercó hasta el televisor para apagarlo, evitaba el uso del control remoto. La luz que emanaba del televisor daba tonos azules sobre su ropa interior blanca y sobre su piel. Era una mujer de figura atractiva y discreta, porte y estilo inherentes en ella.
Llevó su mano al cuello y se acercó a la ventana, el cristal estaba helado, salió al balcón, desde ese tercer piso miró a la calle una vez más y vio pasar un par de autos. No le importó salir en ropa interior, por la hora dudaba que alguien pudiera verle, además de que consideraba al balcón una extensión de su dominio. Miró la luna y las luces del alumbrado público. Necesitaba conciliar el sueño, las pastillas ya no cumplían su objetivo. Nada era igual desde que él había muerto.
Decidió tomar un baño caliente para relajar el cuerpo y con suerte emular la sensación de sueño. Mantuvo la luz apagada, retiró de su cuerpo las dos prendas que le cubrían y se introdujo bajo el tibio chorro de agua. No se demoró, a pesar de no tener sueño quería acostarse para intentar dormir. Se puso la parte inferior del bikini y se metió a la cama.
No lo conseguía, aunque por momentos dormitaba después de casi una hora permanecía despierta. Las cosas empeoraron. Poco después de las tres de la mañana las cortinas comenzaron a moverse de manera violenta, el viento golpeó la ventana helando su espíritu.
Le escuchaba silbar, era un fenómeno como nunca antes había escuchado, anticipaba tormenta. Alcanzaba todo cuanto existe, se desplazaba por las calles, sobre el pavimento arrastrando lo que encontrara a su paso. Resultaba terrible el sonido de las hojas secas danzando sobre el asfalto. No menos violento era el movimiento de las copas de los árboles, la similitud que tenía con la marea estrellándose en los arrecifes era perturbadora. Las sensaciones al oído resultaban aun más terribles que la oscuridad de la noche que la cobijaba.
Andrea llevó una mano a la entrepierna y se encogió bajo las sabanas. Estaba inquieta, su corazón latía con tal intensidad que parecía que se le saldría del pecho. En el ambiente percibía una presencia casi tangible. El miedo la asaltó de manera repentina. Volteó sobre el hombro para comprobar que no había nadie detrás de ella, se recostó nuevamente sobre su brazo derecho y clavó su mirada en la ventana. El viento se mantuvo con esa intensidad varios minutos, a Andrea le parecieron una eternidad. Cuando hubo silencio al fin se sintió aun más nerviosa, la calma resultaba incómoda.
Retiró las cobijas despacio y se levantó de la cama. Su piel se erizó reaccionando al frío del ambiente, una sensación similar nació en la nuca y descendió por la espalda. Se acercó a la ventana despacio, un pie delante del otro, con cautela desplazó la cortina con una de las manos para mirar por la ventana. Su corazón palpitó con fuerza, su estomago se hizo un nudo, sus ojos se desorbitaron y creyó enloquecer. El rostro desencajado de su amado le miraba pegado al otro lado del vidrio con una mueca torcida y perversa que intentaba ser sonrisa.
'Para siempre' by José Francisco Dávila is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Based on a work at vincent-el-extranjero.blogspot.com
La música del televisor la despertó. Se encontraba en ese peculiar estado de vigilia en donde los sentidos no despiertan del todo y es difícil distinguir lo real de lo onírico. Esa noche, igual que otras tantas, se sentó en el sofá de la sala para despejarse de las actividades diarias. A los pocos minutos el cansancio y el sueño terminaron por vencerla. Despertó al terminar la película, justo al descender los créditos. Por la hora a la que comenzó calculó que serían las dos de la mañana.
Andrea permaneció recostada para ubicarse, a la película le sucedieron infomerciales. Se sentó para flexionar los brazos sobre la cabeza, miró al balcón y por la copa de los árboles percibió un viento moderado. Apoyó la cabeza sobre el hombro, bostezó y la mantuvo así un instante. Se puso en pie y con pies descalzos se acercó hasta el televisor para apagarlo, evitaba el uso del control remoto. La luz que emanaba del televisor daba tonos azules sobre su ropa interior blanca y sobre su piel. Era una mujer de figura atractiva y discreta, porte y estilo inherentes en ella.
Llevó su mano al cuello y se acercó a la ventana, el cristal estaba helado, salió al balcón, desde ese tercer piso miró a la calle una vez más y vio pasar un par de autos. No le importó salir en ropa interior, por la hora dudaba que alguien pudiera verle, además de que consideraba al balcón una extensión de su dominio. Miró la luna y las luces del alumbrado público. Necesitaba conciliar el sueño, las pastillas ya no cumplían su objetivo. Nada era igual desde que él había muerto.
Decidió tomar un baño caliente para relajar el cuerpo y con suerte emular la sensación de sueño. Mantuvo la luz apagada, retiró de su cuerpo las dos prendas que le cubrían y se introdujo bajo el tibio chorro de agua. No se demoró, a pesar de no tener sueño quería acostarse para intentar dormir. Se puso la parte inferior del bikini y se metió a la cama.
No lo conseguía, aunque por momentos dormitaba después de casi una hora permanecía despierta. Las cosas empeoraron. Poco después de las tres de la mañana las cortinas comenzaron a moverse de manera violenta, el viento golpeó la ventana helando su espíritu.
Le escuchaba silbar, era un fenómeno como nunca antes había escuchado, anticipaba tormenta. Alcanzaba todo cuanto existe, se desplazaba por las calles, sobre el pavimento arrastrando lo que encontrara a su paso. Resultaba terrible el sonido de las hojas secas danzando sobre el asfalto. No menos violento era el movimiento de las copas de los árboles, la similitud que tenía con la marea estrellándose en los arrecifes era perturbadora. Las sensaciones al oído resultaban aun más terribles que la oscuridad de la noche que la cobijaba.
Andrea llevó una mano a la entrepierna y se encogió bajo las sabanas. Estaba inquieta, su corazón latía con tal intensidad que parecía que se le saldría del pecho. En el ambiente percibía una presencia casi tangible. El miedo la asaltó de manera repentina. Volteó sobre el hombro para comprobar que no había nadie detrás de ella, se recostó nuevamente sobre su brazo derecho y clavó su mirada en la ventana. El viento se mantuvo con esa intensidad varios minutos, a Andrea le parecieron una eternidad. Cuando hubo silencio al fin se sintió aun más nerviosa, la calma resultaba incómoda.
Retiró las cobijas despacio y se levantó de la cama. Su piel se erizó reaccionando al frío del ambiente, una sensación similar nació en la nuca y descendió por la espalda. Se acercó a la ventana despacio, un pie delante del otro, con cautela desplazó la cortina con una de las manos para mirar por la ventana. Su corazón palpitó con fuerza, su estomago se hizo un nudo, sus ojos se desorbitaron y creyó enloquecer. El rostro desencajado de su amado le miraba pegado al otro lado del vidrio con una mueca torcida y perversa que intentaba ser sonrisa.
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2/28/2010 05:19:00 p. m. |
Category:
relato
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