He olvidado de manera paulatina esa sensación que me producía la llegada de la Navidad cuando niño. Tengo una vaga idea de lo que era y lo mucho que significaba para mi, pero año tras año se ha ido diluyendo hasta practicamente desaparecer.
Toda la víspera era mágica. La anticipaba desde el mes de Agosto y no cabía mi emoción cuando las calles y las tiendas se empezaban a llenar de motivos navideños. Esperaba con ansia los regalos de mis padres, tíos y por supuesto, los más especiales, de Santa. No menos importante era la cena en la que disfrutaba ver a la familia. Mi abuela y mis tíos nos colmaban de regalos año tras año. Solíamos pasar esa noche jugando (los primeros años con juguetes, al poco tiempo con videojuegos) hasta casi el amanecer. El saber que al despertar encontraría los regalos bajo el árbol era lo único que me hacía querer ir a casa. Recuerdo que no podía dormir pensando en lo que encontraría, contaba los minutos y las horas y simplemente la ansiedad no me permitía dormir. Cómo cambiarían las cosas.
Llegó el día en que los compañeros comenzaron a hablar. Que si uno había encontrado los regalos escondidos. Que si otro sorprendió a su madre acomodando los juguetes y, para no extender esta entrada, la ilusión se terminó y comencé a envejecer.
A pesar de la nueva información seguía esperando la Nochebuena. Quizá no en Agosto como el año anterior, digamos Octubre, y aunque seguía entusiasmado por los regalos y la convivencia con mis primos algo cambió. Cuando al fin llego el día cené con la familia, disfruté una noche de juegos de video con mis primos y me fui a casa para que los regalos amanecieran bajo el árbol. Esa noche, por primera vez en Navidad, pude dormir sin dificultades.
Así sucedió año tras año. De forma paulatina fui envejeciendo. Envejecí cuando comencé a pensar en las fiestas navideñas hasta que las tiendas eran retacadas con dichos motivos. Al año siguiente ni siquiera esto me haría pensar en Navidad. Envejecí cuando llegó el año en que hasta el mismo 24 de Diciembre me daría cuenta que por la noche estaba el compromiso de cenar con la familia. Así continua siendo hasta ahora.
Cualquiera pensaría que, a pesar de la ausencia de ilusión y esa magia única que se tiene cuando niño, al menos podría disfrutar la cena y la convivencia con la famlia. Diversas circunstancias han hecho que esto no sea posible, pero ese no es el motivo de esta entrada.
Me permito esta extensa introducción para tratar otra situación similar. Y es similar pues trata sobre perder la ilusión y envejecer.
Así como perdí el esperar la Navidad desde Agosto, el escribir la carta, la alegría de ver a mis primos o el no poder conciliar el sueño en la Nochebuena, también olvidé a querer. Olvidé cómo se cuentan las horas del día esperando llamar y escuchar su voz, olvidé las mariposas en el estómago al verla, el quedarse sin aliento o sentirse aturdido después de un beso.
Como la Navidad, esas extrañas sensaciones se fueron diluyendo con el paso del tiempo. No sé si fue cuando envejecí o envejecí debido a esto. Siempre busqué hacer funcionar la relación, pero a pesar de ser un entusiasta en algún punto dejé de creer. Podía más mi egoísmo. Llegué a pensar que el querer de esa forma era algo propio de la adolescencia, así como el creer en Santa Claus es algo propio de la infancia. Me dijeron que no tenía por qué preocuparme, que llegaría, pero sonaba tan hueco. Sin ir más lejos, basta decir que me hice a la idea de estar sólo. Y entonces tú.
¿Desde cuándo se empezó a tejer esto? ¿desde cuándo comenzó a conspirar el Universo para que nuestros caminos se tocaran? Me rebasa pensar en ello, pero de manera repentina traes de vuelta esas sensaciones y sentimientos a los que había renunciado. La ilusión en una canción, o muchas. La magia a través de tus ojos, sentirla en tus dedos. Saberte cerca cuando estás lejos pero sin dejar de extrañarte. Traes de vuelta cosas que había olvidado y otras de las que no me sabía capaz, cosas que solo serían posibles contigo amor.
Y ahora, despúés de ti, me pregunto si debería dar a Santa una segunda oportunidad.
Por hacerme creer, por devolver la ilusión...
Para ti V.
Comments (5)
Sin palabras. Me siento muy feliz por ti. Nunca pierdas la ilusión de vivir y amar. Te mando un fuerte abrazo amigo y un gran gracias de corazón.
Snif... :') Estoy segura que nunca dejaste de creer, sólo que no te hacías caso porque era más fácil ignorar que volver siquiera a soñar :P "Las cosas pasan por algo"... Disfrútenlo :D Un abrazo muy entrañable para los dos : )
No sabes la lección que me acabas de dar... y no sabes lo que este post que acabo de leer significa para mi =) Creo que si debes darle otra oportunidad a Santa, si el amor vuelve a tocar a mi puerta le daré otra oportunidad, tal vez puedo sorprenderme. Gracias!!! :)
Pd. Me encantó tu blog.
Cada vez que leo lo que escribes me identifico con lo que quieres expresar. Confieso que las lágrimas salieron al leer esto, por que hoy yo no tengo esa ilusión de la Navidad cuando niña ni tampoco tengo la espera de esa llamada que al escuchar su voz alivie las marposas en el estómago por la espera.
Saludos y gracias por lo que nos compartes.
Sofía,
Gracias a ti. No sólo por tu comentario y esas palabras tan hermosas, sino por lo mucho que compartimos en la amistad.
Isela,
¡Uf! Interesante lo que mencionas, puede ser que uno en ese trance es que se engaña y decide cerrar los ojos. Pero también creo que de alguna forma las cosas tienen su tiempo y lugar. Me parece un afortunado accidente la forma en la que se han dado las cosas para que se cruzaran nuestros caminos. ¡Gracias por el abrazo!
Lady Marian,
En verdad un gusto que las cosas tan hermosas que estoy viviendo puedan contagiarles un poquito (o un mucho, espero) de ilusión.
Alejandra,
Siento mucho haber provocado esas lágrimas. Sabe que aunque en mi caso ha sido un proceso largo confío en que no tiene que ser así para ti. La ilusión está más cerca de lo que imaginas, hay que abrir un poquito los ojos.
¡Un fuerte abrazo!