Hoy me acordé de ella, aún cuando no podía identificar del todo su rostro era capaz de reconocerla a dos cuadras de distancia. "La costra de mugre" fue el apódo que le puso un amigo, era de esperarse de un grupo de chicos de 15 años. Bajo sus harapos asomaba un poco de su piel, en sus manos y rostro la suciedad acumulada por meses se hacía sólida y formaba capas una sobre la otra al grado de ocultar parcialmente su cara.
Los remiendos que llevaba por ropa no eran siempre los mismos pero siempre lucían igual. No puedo saber si la joroba correspondía a su deforme anatomía o si eran jirones de ropa que llevaba encima, me inclino más por lo primero.
La veíamos durante la semana, ya fuera en el trayecto a la escuela, de regreso a nuestras casas o por las tardes al salir a jugar. Deambulaba por las calles de mi colonia, en ocasiones volteaba y la veía pasar, iba a todos lados y a ninguno. Se volvió parte de nuestro día a día, aunque quiza es pretender demasiado pues no había preocupación alguna en nosotros por esa persona, se volvió parte del paisaje, un personaje más de tantos que tengo en mente.
No podría decir cuándo fue que dejamos de verla, supongo que transcurrieron meses antes de darme cuenta. Durante los años la recordé en contadas ocasiones, pero mi pensamiento se fue transformando. En un principio ella era una broma para mis amigos y yo, fue hasta años después que llegó a cruzar mi mente la idea de dónde pasaría las noches.
No sé si encontró alguna casa hogar, no se si alguna autoridad se la llevó, no sé si murió sola en la calle.
¿Cuál fue su lugar en este sitio? No tengo respuesta y no se si la haya, pero está junto al loco que cargaba tres paraguas en el brazo y gritaba maldiciones a todos aquellos que cruzaban su camino, junto al hippie de 60 años de cabello cano, barba y lentes que todavía encontraba de manera ocasional meses atrás, junto a las dos hermanas que llevan comida que obtienen de los botes de basura y todos los días con una sonrisa me piden la hora y después dinero para su café de cada mañana...siempre la hora y café.
¿En algún lugar alguien los extraña? ¿alguien los recuerda?
...al menos ésta última pregunta sí la puedo contestar.
Los remiendos que llevaba por ropa no eran siempre los mismos pero siempre lucían igual. No puedo saber si la joroba correspondía a su deforme anatomía o si eran jirones de ropa que llevaba encima, me inclino más por lo primero.
La veíamos durante la semana, ya fuera en el trayecto a la escuela, de regreso a nuestras casas o por las tardes al salir a jugar. Deambulaba por las calles de mi colonia, en ocasiones volteaba y la veía pasar, iba a todos lados y a ninguno. Se volvió parte de nuestro día a día, aunque quiza es pretender demasiado pues no había preocupación alguna en nosotros por esa persona, se volvió parte del paisaje, un personaje más de tantos que tengo en mente.
No podría decir cuándo fue que dejamos de verla, supongo que transcurrieron meses antes de darme cuenta. Durante los años la recordé en contadas ocasiones, pero mi pensamiento se fue transformando. En un principio ella era una broma para mis amigos y yo, fue hasta años después que llegó a cruzar mi mente la idea de dónde pasaría las noches.
No sé si encontró alguna casa hogar, no se si alguna autoridad se la llevó, no sé si murió sola en la calle.
¿Cuál fue su lugar en este sitio? No tengo respuesta y no se si la haya, pero está junto al loco que cargaba tres paraguas en el brazo y gritaba maldiciones a todos aquellos que cruzaban su camino, junto al hippie de 60 años de cabello cano, barba y lentes que todavía encontraba de manera ocasional meses atrás, junto a las dos hermanas que llevan comida que obtienen de los botes de basura y todos los días con una sonrisa me piden la hora y después dinero para su café de cada mañana...siempre la hora y café.
¿En algún lugar alguien los extraña? ¿alguien los recuerda?
...al menos ésta última pregunta sí la puedo contestar.
'Costras de mugre' by José Francisco Dávila is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Based on a work at vincent-el-extranjero.blogspot.com.
Comments (1)
En esta ciudad hay un inframundo, y es alimentado por la indiferencia, la ignorancia y la injusticia. Están ahí, miles de niños de nadie. Los que limpian parabrisas, que venden goma de mascar y al final te insisten por una moneda, vestidos de payasitos, o supurando sus gargantas con gasolina para escupir un fuego que representa la ruina de una vida cuyo futuro es incierto e incluso inexistente, ya que en ese inframundo la evasión de la realidad a través del alcohol o cualquier cosa que funja como tal es la única salida conocida.
La indiferencia es un cáncer. Vivimos en una sociedad impresa por la violencia, la frustración y la apatía.