Percibo sobre mí una sombra borrosa. Mis sentidos están nublados y no me refiero solo a la vista. Los sonidos se escuchan como si estuviera debajo del agua, hay un penetrante olor a sangre y mi cuerpo se ha vuelto insensible. Ya no hay dolor.

La silueta de un hombre examina mi cuerpo, intuyo un daño grave, gravísimo. Siento alivio al descubrir a un doctor intentando ayudar, me mira curioso, como si no supiera por donde comenzar. Me abandono confiando estar en buenas manos.

Hay una sensación rara cuando toma mi brazo izquierdo para examinarlo, lo levanta y pareciera no tener forma, siento un nudo en el estómago al descubrirlo desprendido. Toma mi brazo con firmeza y lo gira, puedo verlo tomar notas en una libreta. Se siente muy extraño cuando sus manos van a mi estómago, siento que remueve mis entrañas. Por instinto quiero protestar pero mi cuerpo no escucha a mi cerebro.

El sentimiento de angustia me invade de manera repentina, intento hablar pero no consigo hacerlo, mi voz se ahoga dentro. Un sudor frío recorre mi cuerpo. Mi mundo se derrumba cuando compruebo que no descanso sobre una cama de hospital, sino sobre una plancha de cemento.

-Llegó otro.
-Ya no hay espacio.
-¿Te lo dejo en el piso?


Hay un silencio por unos segundos

-Ponlo junto a éste.

No puedo levantar la cabeza, pero siento que el hombre va por el sujeto que recién llega.

-¿Es de la misma balacera?
-Parece que sí. Lo llevaban al hospital pero se le cerraron a la ambulancia y le dieron piso ahí mismo.
-¿Y los paramédicos?
-Siendo aténdidos por crisis nerviosa.
-Sale pues, ahorita lo reviso.


Hay silencio, no consigo ver lo que sucede. Unos minutos después percibo movimiento y veo al doctor cargando el cuerpo para ponerlo en la misma plancha en la que estoy. Se retira susurrando un "pendejos" que dada mi condición me tengo que morder el orgullo.

Pasan así varios minutos que parecen una eternidad. Sin un solo ruido mirando el techo de la habitación. Ya memoricé las grietas. Una voz me devuelve de mis pensamientos.

-Eso te pasa por dedo.

Reconozco esa voz. Junto a mi estaba el cuerpo de "la Torta", un narcomenudista de poca monta quien pese a ser de los eslabones más bajos de la cadena me puso en la situación en la que estoy ahora.

-¡Hijo de la chingada! ¡Me jugaste chueco!
-¿Jugar chueco? Yo no era el que andaba de cariñoso con los "azulejos", andabas echando de cabeza a tu gente, no te hagas pendejo.
-¿Mi gente? Ya me traían entre ojos y bien lo sabes, no me salgas con que "mi gente".
-Pues igualito que como le andabas haciendo al "Güero", o ¿me vas a salir con que no?


Me quedo en silencio recapacitando sobre sus palabras. Me da asco pensar en que lo que tenemos en común es el no poder confiar en nadie. El hacer de la traición un modo de vida. El sacrificar la tranquilidad y el sueño por 1,000 dólares al mes.

-¿Que hay de mi familia? -Comento intentando tranquilizarme.
-Pues ve tú a saber, no se toman muy bien lo de las traiciones.
-No seas cabrón, ahí si no me metí con nadie. Eso no se hace.
-¿Y qué quieres que haga? ¡Tu gente me quebró a mí también pendejo!


Una tercera voz estalló en cólera interrumpiendo nuestra discusión.

-¿Se quieren callar la boca? ¡Ya ni chingan! ¡Yo ni la debía ni la temía! ¿Hasta dónde quieren llevar esto?

Apenas hizo una pausa para tomar aire y continuar su reclamo, su voz evidenciaba cólera y miedo. Seguramente era uno de los pobres diablos que se quedaron en el fuego cruzado.

-¡No puede ser! ¡No respetan nada ni a nadie! Ya no les importa si hay civiles, niños, agarran parejo donde sea y cuando sea. Les vale madre si hay alguien en medio...

"La Torta" y yo nos quedamos en silencio, con un sentimiento que si tuviera que clasificarlo sería algo parecido a la vergüenza. De nuevo transcurrieron varios minutos sin que ninguno se atreviera a decir nada.

Un par de horas después, escuchamos fuera de la habitación que venían a reclamar al civil. El médico ingresó nuevamente, hizo lo que pudo para ponerlo presentable pero fracasó, lo subió a una cama con ruedas y se lo llevó.

-¡Váyanse a la mierda! -Despotricó antes de dejar la habitación.

Minutos después un grito desgarrador y un llanto de verdadero dolor llenaron el edificio. Me caló hondo. Hoy lo tengo presente.

"La Torta" y yo nos quedamos en silencio ese día, el día siguiente y el que siguió a ese también. A pesar de los cuidados de los médicos nuestros cuerpos se fueron hinchando. El fétido olor se incrementaba de manera considerable cuando llegaban cuerpos de nuevos residentes. Nos comenzamos a hacer viejos en ese lugar. La desesperación se fue apoderando de ambos y el odio entre nosotros lejos de desaparecer se alimentó durante esos días hasta que terminó por consumir lo que quedaba de nuestra humanidad. Continuamos discutiendo, enlistando las culpas del otro, profiriendo maldiciones y lamentando el no contar con nuestros cuerpos para tomar acción y que actuaran en congruencia con nuestras palabras. Le hubiera arrancado los ojos, lo mataría si no estuviera muerto. Se convirtió en un castigo dantesco el permanecer juntos en ese espacio. Esperaba con ansia el día en que vinieran por mí, o al menos que se lo llevaran a él. Así transcurrieron los días.

Finalmente hubo indicios de que todo terminaría. Desconozco cuánto tiempo pasó, pero supuse el final de la pesadilla cuando nos tomaron fotos para subirlas al sitio web del Semefo para que alguien nos reconociera. Me pareció absurdo dadas las condiciones en que nos dejaron el rostro. "Ajuste de cuentas" fue la versión oficial. Jamás se sabría mi versión. No pude decir a nadie que estaba colaborando con la policía, que intenté dejar atrás esta mala vida. De alguna forma así fue.

Al menos terminaría mi penitencia, ya no tendría que seguir soportando a "la Torta", el hombre que puso fin a mi vida, con el que había pasado mis últimos días y que trascendiendo a la muerte me continuaba atormentando con sus constantes insultos, reclamos y maldiciones. Para mi mala fortuna y al no haber sido reclamados, el médico forense dio instrucciones para que nos depositaran en una fosa común, juntos. Después de todo tuvo razón. Solo fui otro pendejo más.

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Comments (4)

Lilith Lalin dijo...

Muy bueno, me gusto mucho la narrativa, escribes fluido.

Me gusto que hablaba desde la tumba el personaje.

Saludos

Vincent dijo...

Sofía me da gusto verte por aquí.

Tengo presentes tus palabras, de repente las cosas fluyen. Gracias por visitar y por el comentario.

Ana Schwarz dijo...

Vincent, tienes una gran imaginación y seguramente cada episodio de tu vida lo imaginas en distintos escenarios, situaciones y tiempos.
Este relato es tan actual como la vida de hoy...cada personaje puede ser cualquiera... la vida verdaderamente ha perdido mucho de su valor.
Me gusta tu estilo tan claro y fluido...un placer leerte!

Vincent dijo...

Muchas gracias por tus palabras Anna. Es muy cierto lo que comentas, es una cualidad del ser humano que en el camino algunos vamos perdiendo.

El tema del relato llama mucho mi atención, me parece un fenómeno interesantísimo y terrible al mismo tiempo. Los últimos años he estado dando seguimiento y afortunadamente no me acostumbro a la violencia. Me parece un tema muy sensible y una tragedia cada una de esas 22,700 muertes en 4 años que reportó el gabinete de seguridad nacional el pasado 13 de abril.

Gracias por tus letras aquí y en Twitter. Nos leemos.

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