Tres años. Tres años habían pasado desde aquel caluroso día de Julio en el que acepté un trabajo por un sueldo idéntico al que tenía. Para algunos sonará absurdo, sin embargo al trabajar en un colegio llega un momento en el que descubres que no hay hacia donde crecer. Sí, resulta atractivo el gozar las vacaciones del ciclo escolar, pero no deja de ser frustrante el hecho de que la siguiente promoción dependa de la muerte de alguien más. Otros factores a considerar fueron las prestaciones del nuevo empleo y la posibilidad de generar antigüedad en una empresa sólida.
Pese a mis buenas intenciones y mi empeño, el desarrollo que prometía ese nuevo trabajo jamás llegaría. Durante los primeros meses confiaba en que mis resultados traerían la inevitable promoción. Ésta nunca llegó. La crisis de 2009 fue el pretexto perfecto de nuestros superiores para rechazar cualquier solicitud de aumento y realizar recortes masivos. "Agradezcan que tienen trabajo. Hay empresas en las que están recortando los sueldos", eran las palabras que utilizaban y reprimían cualquier intención del trabajador. Pese a esto me mantuve con una actitud optimista, me consideraron para un plan de aceleración de carrera y en cada oportunidad me otorgaban pequeños incrementos. Aunque valoraba su intención distaba mucho de las expectativas que yo tenía.
Con los recortes de personal el trabajo aumentó para los que nos quedamos, no así nuestro sueldo. Mantuve la esperanza de que al terminar el 2009 las cosas mejorarían, la empresa ajustaría la nómina con base en nuestro desempeño y las nuevas responsabilidades. En ese entonces no lo sabía pero me quedaría esperando.
Finalmente mi paciencia se agotó y decidí actuar. Tenía algunas semanas alerta a nuevas propuestas, buscando por mi cuenta, preguntando a propios y extraños. Llegó el día en que obtuve una entrevista muy atractiva tanto en las labores a realizar como en lo económico.
Para mi buena fortuna la cita fue en el centro de la ciudad, relativamente cerca de mi trabajo anterior, la manera óptima para transportarme era el Metro por la cercanía de la estación a mi destino. Inventé un pretexto y salí temprano para evitar contratiempos. Salí con buen ánimo, muy despierto, con los sentidos alerta a todo cuanto ocurría a mi alrededor. Poniendo especial atención al folclore de la Zona Rosa, reflejo de una ciudad cosmopolita. Apreciando la belleza de la mujer mexicana y las extranjeras. Desplazándome entre alebrijes y quimeras hasta llegar a la glorieta de Insurgentes e ingresar al Metro.
Fue atinado el haber tomado precauciones con el horario, tuve que esperar 15 minutos antes de poder abordar un vagón sin tener que aplastar a nadie. De Insurgentes a Salto del Agua, transbordé en dirección a Constitución de 1917 para viajar una estación más hasta San Juan de Letrán. Perdí toda identidad y me mimeticé con un centenar de personas hasta que subí el último peldaño de la escalinata, pude apreciar el cielo y respirar nuevamente aire fresco, tan fresco como es posible en el DF.
El bullicio de los transeúntes, los gritos de los vendedores, los amplificadores anunciado productos piratas u originales robados -porque hay una gran diferencia, cualquier consumidor en su sano juicio prefiere comprar robado que comprar pirata- y un par de vendedores con magna voz intentaron captar mi atención, todos a la vez. Me tomó unos segundos sobreponerme a la locura y orientarme, doblé la primera esquina, me sentí aliviado al huir de todos por República de Uruguay. A medida que me internaba la aglomeración disminuía, la gente se encontraba dispersa por las amplias calles cerradas al tránsito vehícular, teniendo un poco más de consideración y respeto por el espacio vital.
Tenía tiempo de no estar ahí, fascinado admiré las construcciones, los edificios de piedra. Di vuelta en Bolívar, me encontraba a dos o tres cuadras de mi destino. Todo parecía tornarse mono cromático, de vez en vez se apreciaban detalles en plata y carmesí. Decidí que al salir de la entrevista me perdería en esas calles, en mis calles.
Omitiré los detalles de la entrevista, basta decir que me fue bien, bastante bien. El panorama se abrió ante mi, sepulté miedos, edifiqué sueños. Salí con buen ánimo, dispuesto a conocer más esas calles impregnadas de historia.
Entré a la librería Gandhi en la calle Madero, compré el libro "I-Ching: El libro de las mutaciones" de Richard Wilhelm que venía ampliamente recomendado por un buen amigo. Eso también formaba parte de un ciclo en el que las cosas comenzaron a fluir.
La mitad del cielo se tornó gris mientras la otra permitía apreciar el azul fundiéndose con tonos purpúreos y dorados que creaban juegos con las luces de los autos. Compré un café que tomé en la calle, me hubiera gustado compartirlo contigo. Los ambulantes levantaron sus puestos improvisados. Contemplaba a la gente deteniéndome en algunas personas que llamaron mi atención. La chica que lloraba. El vagabundo drogado. La señora vestida con prendas artesanales mexicanas. El oficinista del portafolio cerrando la jornada. Disfruté la diversidad.
Junto con la luz natural el café se agotó. Las farolas escoltaron mis pasos hasta el Zócalo. Recorrí Palacio Nacional por el exterior, igual que la Suprema Corte de Justicia y la catedral. El aire resultaba refrescante. Esperé a que el Sol terminara de ocultarse para abordar el Metro y volver a casa.
Esa tarde de lunes en el centro de la ciudad fue como volver a leer el Principito. Sin importar cuantas veces lo haya leído, cada vez que regreso me doy cuenta que no lo conozco del todo, quizá sea eso lo que me provoca volver a el.
En cuanto a mi México ya lo decía yo...extranjero en mi propia tierra.
Pese a mis buenas intenciones y mi empeño, el desarrollo que prometía ese nuevo trabajo jamás llegaría. Durante los primeros meses confiaba en que mis resultados traerían la inevitable promoción. Ésta nunca llegó. La crisis de 2009 fue el pretexto perfecto de nuestros superiores para rechazar cualquier solicitud de aumento y realizar recortes masivos. "Agradezcan que tienen trabajo. Hay empresas en las que están recortando los sueldos", eran las palabras que utilizaban y reprimían cualquier intención del trabajador. Pese a esto me mantuve con una actitud optimista, me consideraron para un plan de aceleración de carrera y en cada oportunidad me otorgaban pequeños incrementos. Aunque valoraba su intención distaba mucho de las expectativas que yo tenía.
Con los recortes de personal el trabajo aumentó para los que nos quedamos, no así nuestro sueldo. Mantuve la esperanza de que al terminar el 2009 las cosas mejorarían, la empresa ajustaría la nómina con base en nuestro desempeño y las nuevas responsabilidades. En ese entonces no lo sabía pero me quedaría esperando.
Finalmente mi paciencia se agotó y decidí actuar. Tenía algunas semanas alerta a nuevas propuestas, buscando por mi cuenta, preguntando a propios y extraños. Llegó el día en que obtuve una entrevista muy atractiva tanto en las labores a realizar como en lo económico.
Para mi buena fortuna la cita fue en el centro de la ciudad, relativamente cerca de mi trabajo anterior, la manera óptima para transportarme era el Metro por la cercanía de la estación a mi destino. Inventé un pretexto y salí temprano para evitar contratiempos. Salí con buen ánimo, muy despierto, con los sentidos alerta a todo cuanto ocurría a mi alrededor. Poniendo especial atención al folclore de la Zona Rosa, reflejo de una ciudad cosmopolita. Apreciando la belleza de la mujer mexicana y las extranjeras. Desplazándome entre alebrijes y quimeras hasta llegar a la glorieta de Insurgentes e ingresar al Metro.
Fue atinado el haber tomado precauciones con el horario, tuve que esperar 15 minutos antes de poder abordar un vagón sin tener que aplastar a nadie. De Insurgentes a Salto del Agua, transbordé en dirección a Constitución de 1917 para viajar una estación más hasta San Juan de Letrán. Perdí toda identidad y me mimeticé con un centenar de personas hasta que subí el último peldaño de la escalinata, pude apreciar el cielo y respirar nuevamente aire fresco, tan fresco como es posible en el DF.
El bullicio de los transeúntes, los gritos de los vendedores, los amplificadores anunciado productos piratas u originales robados -porque hay una gran diferencia, cualquier consumidor en su sano juicio prefiere comprar robado que comprar pirata- y un par de vendedores con magna voz intentaron captar mi atención, todos a la vez. Me tomó unos segundos sobreponerme a la locura y orientarme, doblé la primera esquina, me sentí aliviado al huir de todos por República de Uruguay. A medida que me internaba la aglomeración disminuía, la gente se encontraba dispersa por las amplias calles cerradas al tránsito vehícular, teniendo un poco más de consideración y respeto por el espacio vital.
Tenía tiempo de no estar ahí, fascinado admiré las construcciones, los edificios de piedra. Di vuelta en Bolívar, me encontraba a dos o tres cuadras de mi destino. Todo parecía tornarse mono cromático, de vez en vez se apreciaban detalles en plata y carmesí. Decidí que al salir de la entrevista me perdería en esas calles, en mis calles.
Omitiré los detalles de la entrevista, basta decir que me fue bien, bastante bien. El panorama se abrió ante mi, sepulté miedos, edifiqué sueños. Salí con buen ánimo, dispuesto a conocer más esas calles impregnadas de historia.
Entré a la librería Gandhi en la calle Madero, compré el libro "I-Ching: El libro de las mutaciones" de Richard Wilhelm que venía ampliamente recomendado por un buen amigo. Eso también formaba parte de un ciclo en el que las cosas comenzaron a fluir.
La mitad del cielo se tornó gris mientras la otra permitía apreciar el azul fundiéndose con tonos purpúreos y dorados que creaban juegos con las luces de los autos. Compré un café que tomé en la calle, me hubiera gustado compartirlo contigo. Los ambulantes levantaron sus puestos improvisados. Contemplaba a la gente deteniéndome en algunas personas que llamaron mi atención. La chica que lloraba. El vagabundo drogado. La señora vestida con prendas artesanales mexicanas. El oficinista del portafolio cerrando la jornada. Disfruté la diversidad.
Junto con la luz natural el café se agotó. Las farolas escoltaron mis pasos hasta el Zócalo. Recorrí Palacio Nacional por el exterior, igual que la Suprema Corte de Justicia y la catedral. El aire resultaba refrescante. Esperé a que el Sol terminara de ocultarse para abordar el Metro y volver a casa.
Esa tarde de lunes en el centro de la ciudad fue como volver a leer el Principito. Sin importar cuantas veces lo haya leído, cada vez que regreso me doy cuenta que no lo conozco del todo, quizá sea eso lo que me provoca volver a el.
En cuanto a mi México ya lo decía yo...extranjero en mi propia tierra.
'Tarde de lunes' by José Francisco Dávila is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Based on a work at vincent-el-extranjero.blogspot.com
4/15/2010 09:27:00 p. m. |
Category:
personal
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comentarios
Comments (6)
Es hermosa la ciudad de México, llena de historia, tan envolvente como tu relato. Me encanta como escribes, haces que me emocione y sienta como si yo fuera el protagonista y creo que de eso trata la lectura. Si escribes un libro te pediré que lo autografies personalmente. Saludos!
En realidad lo es. Que bueno que con éstas líneas haya logrado que me acompañaras en esa tarde de lunes.
Espero tener oportunidad de publicar un libro en un futuro. Cuando eso suceda el tuyo no llevará autógrafo sino un agradecimiento.
que hermoso! me tuviste con una sonrisa toda la lectura. Me encantó la forma en la que nos involucras con el comentario del café entre muchos otros, sabes? a mi también me hubiera gustado compartir contigo esa tarde, de alguna forma ya lo hicimos :)
gracias por compartirnos tus vivencias
por cierto, la foto es tuya?
Hola Fernanda, me da gusto que lo veas así pues es esa la intención. Gracias por ser parte no solo de esa tarde sino de éste espacio.
La fotografía es de esa tarde de lunes. Un abrazo con afecto.
creo que ya estás escribiendo tu libro...con cada huella, palabra y pensamiento, publicarlo sólo será la meta que tanto anhelas, me gustó la descripción y tonalidades, lo cotidiano...pues ahora tienes un testigo más de tu historia...