Nota: Antes de que lean el texto les comento que fue editado los primeros días de Enero de 2010. Si lo desean pueden leer la versión editada en No volverá a suceder (editado)
No volverá a suceder
Los rayos del sol alcanzaban una pared de la habitación, resaltaban el mal estado en el que se encontraba la madera, para ella no solo era desagradable a la vista, podía sentir esa humedad en sus huesos.
Al pasar su lengua por detrás de sus labios saboreó su propia sangre, tenía al menos diez días que no probaba ese sabor. Le tomo un par de minutos ubicarse, aún se sentía mareada, la bebida aun provocaba estragos en su cabeza, afectaba sus sentidos, su percepción, su equilibrio.
Intentó incorporarse apoyándose sobre su codo, hasta entonces cayó en cuenta de que estaba en el piso, se estiró para alcanzar la cama y fue cuando el dolor se hizo presente en distintos puntos de su cuerpo, se acentuaba en puntos muy concretos en sus muslos y en uno de sus brazos, con dificultades se puso en pie ayudándose de la cama y se sentó sobre ella. Se tomó unos minutos para despejarse, no podía concentrarse en una idea, su cuerpo molido a golpes no se lo permitía. Pasó una mano sobre su ojo para evaluar el daño, con el dedo índice hizo lo propio bajo su nariz, al mirar su dedo no encontró sangre, aunque no significaba que no la hubiera. Apoyó ambas manos sobre la cama y clavó su mirada al piso, la botella de vino, los tarros y sus prendas hechas jirones le dieron pistas de lo que había ocurrido la noche anterior.
Recordó la noche en que juró que no sucedería de nuevo, jamás le creyó a Asad cuando éste, mientras sostenía sus manos, le dijo que no permitiría que otro cliente la golpeara de nuevo, solo con ver sus ojos ella sabía que mentía, lo único que le preocupaba era que sus muchachas no tuvieran moretones visibles que pudieran desagradar a los clientes. Ella lo miró a los ojos pero no pronunció palabra. Su consuelo más bien parecía una burla, como si tuviera opción.
Esa noche parecía tan lejana. El dolor en su cuerpo la trajo de vuelta cuando se puso de pie, con trabajo avanzó dos pasos y se inclinó para levantar esa fina cadena que la noche anterior descansaba sobre su cadera y que, en la parte de adelante, una breve tela con transparencia sugería lo que se supone debería cubrir. Se puso la ornamenta y mientras la cerraba en su cadera recorrió el cuarto con la mirada, descubrió un baúl volteado, los cojines que adornaban la cama se encontraban en el piso, fue en ese momento que recordó haber escondido la daga dentro de uno la noche anterior.
Asad tomó su mano con firmeza y la guió por el pasillo, bajaron las escaleras, y la llevó a una de las mesas frente a la cocina, la invitó a sentarse y con una sonrisa desapareció detrás de la puerta. A los pocos minutos salió con un tarro de cerveza, pan y un pedazo de queso, lo puso frente a ella y se sentó a su lado sin dejar de mirarla. Ella clavó su mirada en el plato, apenas volteo a verlo, él solo sonreía. Se hizo un silencio incomodo. Sin ganas tomó el pan y lo llevo a su boca. Su dueño acarició su mejilla mientras la invitaba a continuar, le acercó el tarro para apurarla a beber, ella apenas lo miro y lo hizo. El hambre venció su orgullo y llevó la comida a su boca, no era fácil que pudieran comer queso, ignoró la mano sobre su pierna, no le importó sentir esa mano áspera apretar su muslo. Ella no volteó, ni siquiera cuando su mano alcanzó su entrepierna, esa noche la hizo compartir la cama.
La muchacha subió una rodilla a la cama y alcanzó el cojín en el extremo opuesto, aturdida no entendía el por qué no pudo defenderse, no recordaba siquiera si lo intentó. Al palpar la fina tela de oriente recordó una noche distinta a la que acababa de pasar, pudo sentir la dureza del objeto que había escondido, introdujo su mano y tomó la daga, la sujetó con fuerza, con tal fuerza que sus puños se pusieron blancos.
Se preguntaba una y otra vez por qué lo permitió, cómo es que había sucedido de nuevo, buscando respuestas abandonó la cama, dispuesta a despejar su mente salió al pasillo y ayudándose con la pared se dirigió a las escaleras. Sintió el impulso de llorar, se sentía sola, No había nadie despierto aún, la cocina estaba vacía, quería comer algo pero tenia el estómago revuelto.
Al salir pudo ver las sillas, las mesas dónde servía bebidas cada noche, dónde por comida y hospedaje se veía obligada a llenar los tarros de los clientes desde hacía cinco años. No era raro el cliente que creía que el hecho de que la muchacha les atendiera les permitía otras libertades con ella, libertades que Asad concedía por el precio adecuado. No importaba si estaban ebrios, si eran mal vivientes, ladrones o asesinos, si traían dinero consigo Asad les permitía cualquier cosa, incluso tener compañía para la noche.
A punto de quebrarse recordó su promesa, recordó que no volvería a derramar una lágrima. Mientras miraba la barra casi podía ver a Asad detrás de ella, con esa sonrisa cínica, riendo a carcajadas, dándole tareas y aprovechando cualquier oportunidad para tocar sus nalgas. Subió nuevamente las escaleras, caminó por el pasillo hasta la puerta del fondo, con ese peculiar caminar consecuencia de su voluptuosa figura, parecía haber olvidado el dolor, se detuvo unos segundos frente a la puerta, con delicadeza tocó pero no escuchó sonido alguno, insistió con mayor fuerza, esta vez lo escuchó maldecir, luego sus pasos y lo vio asomar cuando entreabrió la puerta. Al descubrirla semi desnuda Asad abrió la puerta, no parecía sorprendido, sabía que había sufrido otra golpiza, pero hasta ese momento pudo ver las consecuencias de los excesos de su cliente.
La hizo pasar, ella mantuvo sus brazos abajo. La recibió desnudo, la jaló hacia él para abrazarla y pudo sentir su voluminoso estómago contra ella, su cuerpo lleno de pelo. Sintió esa enorme mano tomar la suya y la guió hacia su cama. Ella lo siguió dócil, su mano libre detrás, apenas sobre sus nalgas, su puño apretaba la daga con tal fuerza que se tornó blanco.
Escuchó la voz rasposa de Asad "No volverá a suceder". Esta vez sabía que era verdad...
'No volverá a suceder' by José Francisco Dávila is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
Based on a work at vincent-el-extranjero.blogspot.com.
Al pasar su lengua por detrás de sus labios saboreó su propia sangre, tenía al menos diez días que no probaba ese sabor. Le tomo un par de minutos ubicarse, aún se sentía mareada, la bebida aun provocaba estragos en su cabeza, afectaba sus sentidos, su percepción, su equilibrio.
Intentó incorporarse apoyándose sobre su codo, hasta entonces cayó en cuenta de que estaba en el piso, se estiró para alcanzar la cama y fue cuando el dolor se hizo presente en distintos puntos de su cuerpo, se acentuaba en puntos muy concretos en sus muslos y en uno de sus brazos, con dificultades se puso en pie ayudándose de la cama y se sentó sobre ella. Se tomó unos minutos para despejarse, no podía concentrarse en una idea, su cuerpo molido a golpes no se lo permitía. Pasó una mano sobre su ojo para evaluar el daño, con el dedo índice hizo lo propio bajo su nariz, al mirar su dedo no encontró sangre, aunque no significaba que no la hubiera. Apoyó ambas manos sobre la cama y clavó su mirada al piso, la botella de vino, los tarros y sus prendas hechas jirones le dieron pistas de lo que había ocurrido la noche anterior.
Recordó la noche en que juró que no sucedería de nuevo, jamás le creyó a Asad cuando éste, mientras sostenía sus manos, le dijo que no permitiría que otro cliente la golpeara de nuevo, solo con ver sus ojos ella sabía que mentía, lo único que le preocupaba era que sus muchachas no tuvieran moretones visibles que pudieran desagradar a los clientes. Ella lo miró a los ojos pero no pronunció palabra. Su consuelo más bien parecía una burla, como si tuviera opción.
Esa noche parecía tan lejana. El dolor en su cuerpo la trajo de vuelta cuando se puso de pie, con trabajo avanzó dos pasos y se inclinó para levantar esa fina cadena que la noche anterior descansaba sobre su cadera y que, en la parte de adelante, una breve tela con transparencia sugería lo que se supone debería cubrir. Se puso la ornamenta y mientras la cerraba en su cadera recorrió el cuarto con la mirada, descubrió un baúl volteado, los cojines que adornaban la cama se encontraban en el piso, fue en ese momento que recordó haber escondido la daga dentro de uno la noche anterior.
Asad tomó su mano con firmeza y la guió por el pasillo, bajaron las escaleras, y la llevó a una de las mesas frente a la cocina, la invitó a sentarse y con una sonrisa desapareció detrás de la puerta. A los pocos minutos salió con un tarro de cerveza, pan y un pedazo de queso, lo puso frente a ella y se sentó a su lado sin dejar de mirarla. Ella clavó su mirada en el plato, apenas volteo a verlo, él solo sonreía. Se hizo un silencio incomodo. Sin ganas tomó el pan y lo llevo a su boca. Su dueño acarició su mejilla mientras la invitaba a continuar, le acercó el tarro para apurarla a beber, ella apenas lo miro y lo hizo. El hambre venció su orgullo y llevó la comida a su boca, no era fácil que pudieran comer queso, ignoró la mano sobre su pierna, no le importó sentir esa mano áspera apretar su muslo. Ella no volteó, ni siquiera cuando su mano alcanzó su entrepierna, esa noche la hizo compartir la cama.
La muchacha subió una rodilla a la cama y alcanzó el cojín en el extremo opuesto, aturdida no entendía el por qué no pudo defenderse, no recordaba siquiera si lo intentó. Al palpar la fina tela de oriente recordó una noche distinta a la que acababa de pasar, pudo sentir la dureza del objeto que había escondido, introdujo su mano y tomó la daga, la sujetó con fuerza, con tal fuerza que sus puños se pusieron blancos.
Se preguntaba una y otra vez por qué lo permitió, cómo es que había sucedido de nuevo, buscando respuestas abandonó la cama, dispuesta a despejar su mente salió al pasillo y ayudándose con la pared se dirigió a las escaleras. Sintió el impulso de llorar, se sentía sola, No había nadie despierto aún, la cocina estaba vacía, quería comer algo pero tenia el estómago revuelto.
Al salir pudo ver las sillas, las mesas dónde servía bebidas cada noche, dónde por comida y hospedaje se veía obligada a llenar los tarros de los clientes desde hacía cinco años. No era raro el cliente que creía que el hecho de que la muchacha les atendiera les permitía otras libertades con ella, libertades que Asad concedía por el precio adecuado. No importaba si estaban ebrios, si eran mal vivientes, ladrones o asesinos, si traían dinero consigo Asad les permitía cualquier cosa, incluso tener compañía para la noche.
A punto de quebrarse recordó su promesa, recordó que no volvería a derramar una lágrima. Mientras miraba la barra casi podía ver a Asad detrás de ella, con esa sonrisa cínica, riendo a carcajadas, dándole tareas y aprovechando cualquier oportunidad para tocar sus nalgas. Subió nuevamente las escaleras, caminó por el pasillo hasta la puerta del fondo, con ese peculiar caminar consecuencia de su voluptuosa figura, parecía haber olvidado el dolor, se detuvo unos segundos frente a la puerta, con delicadeza tocó pero no escuchó sonido alguno, insistió con mayor fuerza, esta vez lo escuchó maldecir, luego sus pasos y lo vio asomar cuando entreabrió la puerta. Al descubrirla semi desnuda Asad abrió la puerta, no parecía sorprendido, sabía que había sufrido otra golpiza, pero hasta ese momento pudo ver las consecuencias de los excesos de su cliente.
La hizo pasar, ella mantuvo sus brazos abajo. La recibió desnudo, la jaló hacia él para abrazarla y pudo sentir su voluminoso estómago contra ella, su cuerpo lleno de pelo. Sintió esa enorme mano tomar la suya y la guió hacia su cama. Ella lo siguió dócil, su mano libre detrás, apenas sobre sus nalgas, su puño apretaba la daga con tal fuerza que se tornó blanco.
Escuchó la voz rasposa de Asad "No volverá a suceder". Esta vez sabía que era verdad...
'No volverá a suceder' by José Francisco Dávila is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.
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10/21/2009 09:10:00 p. m. |
Category:
relato
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